<p class=»ue-c-article__paragraph»>Coincidí en la tele con un chaval de instituto que ha creado un <i>software </i>para mejorar el diseño de puentes. Con ocho años decidió que quería ser emprendedor y con 11 empezó a ganar dinero vendiendo productos en 3D que él mismo fabricaba. A su lado, su padre sonreía orgulloso. Normal. Mientras, yo no podía dejar de pensar en que ocho y 11 son las edades de mis hijos y su mayor motivación todo el verano ha sido regatear mis intentos de que leyeran un rato. Estoy mucho más cerca de criar una <strong>María Pombo</strong> que un multimillonario.</p>
Cuesta entender que una chica joven vea a la influencer y piense que así es cómo ella quiere ser, es firmar un 6. Sin embargo, la preferiría como modelo para mis hijos que a un emprendedor adolescente
Coincidí en la tele con un chaval de instituto que ha creado un software para mejorar el diseño de puentes. Con ocho años decidió que quería ser emprendedor y con 11 empezó a ganar dinero vendiendo productos en 3D que él mismo fabricaba. A su lado, su padre sonreía orgulloso. Normal. Mientras, yo no podía dejar de pensar en que ocho y 11 son las edades de mis hijos y su mayor motivación todo el verano ha sido regatear mis intentos de que leyeran un rato. Estoy mucho más cerca de criar una María Pombo que un multimillonario.
No caeré en el linchamiento a la influencer por afirmar que leer no te hace mejor (conozco a unos cuantos intelectuales que son auténticos hijos de puta) pese a que no logro entender a quién diablos se supone que influye. Ante el revuelo, eché un rato viendo vídeos (un tiempo que no volverá, pero no es mucho peor que ver al Atleti) y me sorprendió que es absolutamente inocua, una anodina idealización del pijerío con mechas creado por una IA poco entrenada.
Es el jamón york de los modelos aspiracionales a no ser que tu sueño sea conducir un SUV y tener zona comunitaria en la urba. Me cuesta entender que una chica joven vea a Pombo y piense que así es cómo ella quiere ser, es firmar un 6. Sin embargo, y aquí llega el giro, creo que la preferiría como modelo para mis hijos que nuestro indiscutiblemente admirable empresario teenager.
¿Qué harían si su hijo de ocho años les dice que quiere ser emprendedor, que lo que le emociona es empezar a ganar pasta? Yo, aterrorizado, castigarle preventivamente. Castigarle a jugar. No pienso demonizar el dinero, objetivo tan loable en la vida como la felicidad o el amor, pero con peor prensa porque no funciona igual de bien en frases de autoayuda para camisetas. Sin embargo, una de las pocas cosas que he aprendido en esta vida (no soy muy listo, de crío sólo quería jugar al baloncesto y leer Superlópez) es que las fases que te saltas vuelven antes o después para morderte el culo. Siempre. Eso no falla.
Cada amigo que se quedaba estudiando mientras salíamos de fiesta, ha acabado arrastrándose por los bares con 40 o, peor, amargado con si le mereció la pena no venir aquellas noches para que la recompensa haya sido, en efecto, un SUV y pista de pádel en la urba. Cada pareja que se formó sin experiencia previa, se casó y procreó rápido, ha acabado disuelta entre cuernos y ansias por recuperar los polvos perdidos (tarde y mal). Dentro de diez años, ojalá Lola y Javi tengan la cabeza y el éxito del chaval de la tele, pero ahora prefiero que sean como María Pombo, que sólo quiere que la quieran y ojear libros de fotos. Sólo deseo que sean niños.
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