<p>Hace una semana, el Gobierno incumplió por tercer año consecutivo su obligación constitucional de presentar unos nuevos Presupuestos. Varios ministros y portavoces intentaron convencer a la opinión pública de que, contra lo que pueda parecer, el Ejecutivo trabaja todos los días para elaborar esas nuevas cuentas. El resultado fue francamente entretenido -las excusas gubernamentales se volvían más peregrinas con cada nueva entrevista- pero convivía con una evidencia: ni el electorado socialista ni sus apoyos mediáticos veían ese incumplimiento con excesiva preocupación. No les parecía una situación ideal, pero no era lo suficientemente grave como para cambiar el sentido del voto -o de las líneas editoriales-. Uno incluso podría preguntarse si el paripé resulta necesario, si cambiaría algo el que <strong>Sánchez </strong>se sincerara y anunciase: «No, no vamos a presentar unos Presupuestos en toda la legislatura. ¿Y qué?».</p>
«La metáfora del Muro de Sánchez resumía un proyecto político cuya principal -y casi única- razón de ser era impedir que gobernara la alternativa»
Hace una semana, el Gobierno incumplió por tercer año consecutivo su obligación constitucional de presentar unos nuevos Presupuestos. Varios ministros y portavoces intentaron convencer a la opinión pública de que, contra lo que pueda parecer, el Ejecutivo trabaja todos los días para elaborar esas nuevas cuentas. El resultado fue francamente entretenido -las excusas gubernamentales se volvían más peregrinas con cada nueva entrevista- pero convivía con una evidencia: ni el electorado socialista ni sus apoyos mediáticos veían ese incumplimiento con excesiva preocupación. No les parecía una situación ideal, pero no era lo suficientemente grave como para cambiar el sentido del voto -o de las líneas editoriales-. Uno incluso podría preguntarse si el paripé resulta necesario, si cambiaría algo el que Sánchez se sincerara y anunciase: «No, no vamos a presentar unos Presupuestos en toda la legislatura. ¿Y qué?».
Ese «¿y qué?» alude a uno de los fenómenos políticos de nuestro tiempo: la capacidad de algunos líderes y partidos de esquivar el castigo electoral por cuestiones que, en principio, deberían suponer un fuerte desgaste. También encaja en el frentismo sobre el que se ha construido esta legislatura. La metáfora del Muro empleada en su momento por Sánchez resumía un proyecto político cuya principal -y casi única- razón de ser era impedir que gobernara la alternativa. Una vez que los votantes naturalizan eso, ¿cuánto pueden importar algunos incumplimientos, algunas contradicciones, incluso algunos escándalos?
Por esto, el «¿y qué?» también planea sobre el último informe de la UCO acerca del dinero que manejaban José Luis Ábalos y Koldo García, y sobre las especulaciones a las que ha dado pie acerca de una posible financiación ilegal del PSOE. La suerte ha querido que estas revelaciones coincidan con la publicación de encuestas que verifican la mala salud de hierro de los socialistas: el partido del presidente Sánchez no remonta, pero tampoco se hunde. Es más, parece haber frenado el deterioro que sufrió antes del verano, y en algunos sondeos incluso empieza a revertirlo.
Es cierto que el escenario más probable para las próximas elecciones sigue siendo el de un cambio de Gobierno: la encuesta de Sigma Dos para este diario señalaba que la oposición rozaría los 200 escaños. Y también se podrá decir que el trabajo de campo de esas encuestas se hizo antes de que toda España tuviera noticia de los sobres con chistorras, soles y lechugas que habrían manejado el antiguo ministro y secretario de Organización del PSOE y su ayudante.
Sin embargo, las revelaciones sobre la corrupción socialista no son nuevas. El caso Koldo estalló en febrero de 2024, y Santos Cerdán lleva tres meses en prisión provisional. Además, hay algo llamativo en que se dé por hecho que los votantes del PSOE no soportarían una financiación irregular del partido, pero sí podrían aguantar las crecientes evidencias de que en el seno del Gobierno y de la formación operó una trama corrupta de notable envergadura. Quizá sea así, quizá ese límite que muchos ven ahora realmente existe. Pero también es posible que solo estemos ante una nueva meta volante de esta época de frentismo y polarización. En caso de que se probara, y sabiendo todo lo que sabemos sobre nuestro tiempo, ¿tan difícil es imaginar que un Gobierno podría sobrevivir a unos pagos en B?
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