<p>Asociar ideas de forma libre y automática, diga lo que diga Freud al respecto, dice tanto de nosotros como, admitámoslo, negarse a hacerlo. Y sin embargo, hay veces que no queda más remedio. No hay forma de evitar que una cosa lleve a otra, y no hay modo de obviar que si uno no quiere ser lo que no debe ser tiene que hacer lo posible por evitar que la mente vuele sola. Yo me entiendo. Uno termina de ver las dos horas y media largas de <i>In the Hand of Dante</i> (algo así como De puño y letra de Dante) y la primera imagen que le viene a la cabeza es <i>Megalopolis</i>, la película con la que Coppola celebró y dejó claro que si se es el más celebre de los directores vivos es posible (y hasta obligado) hacer lo que uno quiera. <strong>Y no hay muestra de mayor independencia y voluntad de poder que la autodestrucción.</strong></p>
El director y pintor completa su peculiar adaptación del texto de Nick Tosches a vueltas con el autor de la Divina Comedia en un desaforado y fascinante error o ejercicio de autocomplacencia camino de estrellarse contra el cielo. A su lado, Pietro Marcello continúa un Duse su lectura íntima del nacimiento del fascismo italiano (***)
Asociar ideas de forma libre y automática, diga lo que diga Freud al respecto, dice tanto de nosotros como, admitámoslo, negarse a hacerlo. Y sin embargo, hay veces que no queda más remedio. No hay forma de evitar que una cosa lleve a otra, y no hay modo de obviar que si uno no quiere ser lo que no debe ser tiene que hacer lo posible por evitar que la mente vuele sola. Yo me entiendo. Uno termina de ver las dos horas y media largas de In the Hand of Dante (algo así como De puño y letra de Dante) y la primera imagen que le viene a la cabeza es Megalopolis, la película con la que Coppola celebró y dejó claro que si se es el más celebre de los directores vivos es posible (y hasta obligado) hacer lo que uno quiera. Y no hay muestra de mayor independencia y voluntad de poder que la autodestrucción.
Se diría que Julian Schnabel ensaya algo parecido en su nueva película, la adaptación de la novela de Nick Tosches que desde 2011 lleva dando vueltas. El empeño de investigar el sentido profundo de la creación fuera del tiempo (como, por otro lado, ya hiciera en Van Gogh, a las puertas de la eternidad) mediante una intriga alrededor del poeta florentino se parece tanto al empeño coppoliano en desmedida, caos, exuberancia y hasta despropósito que alguien dijo «Dantopolis» y ya no hubo forma de abandonar esa asociación de ideas. Así de cruel.
Para situarnos, el asunto va del eterno presente. Tal cual. Y, además, sale Martin Scorsese caracterizado de sabio antiguo (o de gnomo de siempre, no queda claro) y diciendo la suya sobre el verdadero sentido del arte. Se relata una historia que, en verdad, son dos. El tiempo y el espacio literalmente colisionan en las vidas paralelas de un escritor contemporáneo de nombre Tosches (es decir, el autor) y del mismísimo Dante. A los dos les da vida Oscar Isaac. Entre los dos median 700 años. El primero, además de pelearse por autentificar el manuscrito de la Divina Comedia, acabará de tal modo confundido con la figura del otro que no podrá por menos que –en su busca desesperada de asuntos como el amor, la belleza y lo inescrutable– dedicar su vida a reparar los errores del segundo. Sí, ahora sabemos que la mujer a la que ignoró el poeta italiano fue en verdad su verdadero amor (Gal Gadot). Y no Beatriz. Por cierto, también aparecen en el reparto Gerald Butler, Al Pacino, John Malkovich, Jason Momoa, Franco Nero… Falta Johnny Depp, pero por poco: el proyecto originalmente fue suyo y lo abanonó.
La película, en lo que a la trama se refiere, mezcla la intriga negra contemporánea salpicada de mucha sangre con la reconstrucción histórica prerrenancentista sin descuidar infinitos interludios malickianos (por Terrence Malick). Todo ello, detrás de lo inefable. Y así. No hay manera de alcanzar a Schnabel. El director se lo permite todo, lo ensaya todo, todo lo crea y, por supuesto, todo lo destruye. La película que surge resulta así extravagante, furiosa, demente, verborreica, inasible y tan hipnótica como, admitámoslo, profundamente aburrida. Resulta tan fuera de norma el empeño, la forma y la actitud que, la verdad, no queda otra que quedar fascinado. Y rendirse. In the Hand of Dante es un error feliz de sí mismo que proclama a gritos a cada paso que da que está ahí para ser venerada sin atender a razones. Su territorio es el de las obras de culto y, defitivamente, su reino no es de este mundo. Dantopolis. Es terrible lo de las asociaciones de ideas.
Dentro de la competición, y al lado del prodigio de Kaouther Ben Hania La voz de Hind, Pietro Marcello continuó con su exploración sobre las heridas del pasado en el fascismo presente. O al revés. Si en 2019 fue la novela de Jack London Martin Eden la que guió los pasos a una especie de biografía íntima que también lo es social y política, ahora es la gran dama del teatro Eleonora Duse la que se convierte en el mirador desde el que contemplar la deriva de Europa en general e Italia en particular en el periodo de Entreguerras. Y ahora mismo. En el fondo, de nuevo, el nacimiento del fascismo aparece retratado como la respuesta a un periodo de crisis, transformación y caos que tanto se parece al actual.
El director italiano vuelve a componer un drama de otro tiempo sobre el que se impresionan imágenes de archivo de una realidad que sigue ahí, pero en forma de cicatriz. Como es norma en su cine, la textura e intimidad del mismo tiempo es la protagonista sin dejar nunca del todo claro cuál es la línea entre el pasado y el presente, ni cuánto se deben uno a otro. Se diría que Marcello rueda convencido de que el pasado no existe, de que el pasado no es más que el presente. El hecho de que la protagonista sea una actriz a la que encarna con la visceralidad habitual Valeria Bruni Tedeschi le otorga al director un nuevo argumento para llevar la reflexión al espacio de representación donde todo, desde la política a las relaciones familiares, acaba por ser puro teatro. O, por qué no, solo mentira.
Se diría que la película, que quizá no alcanza la altura, profundidad y nervio de Martin Eden, sí completa con ella un díptico casi irrenunciable. De nuevo, las ideas y las películas que se asocian.
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