<p>Una joven colgó el vídeo en TikTok y acabó en el New York Post con más de un millón de visualizaciones. «Qué triste es verle tan nervioso en mi ciudad», decía un comentario. «La gente no tiene clase ni respeto por sus límites. ¡Qué narices hacen! La mujer de rojo ya puede irse al infierno», añadía otro. «Podrían haberle dado más espacio y respetarlo un poco», remata el último. Nunca antes se había visto a <strong>Carlos Alcaraz </strong>tan incómodo ante los aficionados.</p>
En la primera semana del US Open, recorriendo los 200 metros de su hotel a un restaurante decenas de aficionados le agobiaron y, por primera vez, se le vio incómodo. «La rivalidad con Sinner y esas finales espectaculares han contribuido a que se le conozca más en todo el mundo», analiza Ferrero
Una joven colgó el vídeo en TikTok y acabó en el New York Post con más de un millón de visualizaciones. «Qué triste es verle tan nervioso en mi ciudad», decía un comentario. «La gente no tiene clase ni respeto por sus límites. ¡Qué narices hacen! La mujer de rojo ya puede irse al infierno», añadía otro. «Podrían haberle dado más espacio y respetarlo un poco», remata el último. Nunca antes se había visto a Carlos Alcaraz tan incómodo ante los aficionados.
En los primeros días del US Open, antes de su debut, el español salió una noche de su hotel en la ciudad, el Lotte New York Palace, y se dirigió con todo su equipo a cenar a un restaurante cercano, la Osteria Delbianco. Estaba justo en el centro de Manhattan, la 51 con Madison Avenue, ante la Catedral de San Patricio, pero el trayecto eran unos 200 metros y debería haberlo hecho sin problema. Si le hubieran pedido algún selfie por el camino, está claro, se la habría hecho. Pero en cuanto pisó la calle todo se complicó sobremanera.
A la primera petición de foto le siguió otra y luego otra y luego otra hasta que tuvo que pararse en un semáforo. Entonces los móviles fueron y vinieron, decenas de personas le reclamaron ante su objetivo, y finalmente, Alcaraz se agobió. Quizá por primera vez en su carrera pidió que le dejaran en paz con un gesto elegante. Su representante, Albert Molina, se puso a su espalda para protegerlo; su preparador físico, Alberto Lledó, reclamó tranquilidad a la fan de rojo -aquella que podía «irse al infierno»-; y su entrenador, Juan Carlos Ferrero, todo un ex número uno del tenis, alucinó. «Vale ya, vale ya, gracias, buenas noches», sentenció Molina mientras todo el grupo aceleraba para llegar al restaurante lo antes posible. En la escena quedaba claro: Alcaraz ya no puede salir a la calle.
«Este año hemos notado bastante que cada vez es más conocido en el mundo entero. Creo que la rivalidad con Jannik [Sinner] y esas finales tan espectaculares han contribuido a ello. Supongo que también el tema de las redes aumenta su capacidad para llegar a personas de todos los sitios», aseguraba Ferrero este miércoles ante la prensa española, y el propio Alcaraz, que este viernes se enfrenta en semifinales del torneo a Novak Djokovic (21.00 horas, Movistar) reconocía el cambio: «Este año siento que en la calle me conocen más. Me paran más y no puedo caminar todo lo que me gustaría, pero aquí, en el torneo, siempre recibo un cariño muy agradable». Esa es su dualidad. Pese al ruido constante en las gradas, en el US Open Alcaraz se encuentra cómodo, la gente le quiere, aquí celebró su primer Grand Slam y su primer ascenso al número uno, pero fuera de la pista anda incómodo. Ha descubierto que es una celebridad mundial y eso, a veces, es un incordio.
En la mayoría de lugares, los tenistas están muy protegidos, cerca del club donde juegan, lejos de las multitudes, pero en Nueva York eso es imposible. Hay mucha gente por todos lados y todo el mundo le conoce. En París puede irse a pasear por algún bosque, incluso por los Jardines de Versailles, sin que nadie le moleste; en Wimbledon se hospeda en una casita de campo al lado del All England Club y la calma es absoluta; aquí está en el epicentro del caos. Cada día, cuando vuelve de jugar, se encuentra a fans en el parking de su hotel y en los restaurantes ya hasta le hacen vídeos comiendo.
En la Osteria Delbianco, por ejemplo, le hicieron fotografías mientras charlaba con Jannik Sinner, que casualmente también cenaba allí, y luego TikToks alrededor de su mesa. Allí estaban sus gnocchis con un poco de ragú y un pescado con patatas. Días después estuvo en el japonés Zuma, donde se encontró con Taylor Fritz, y también aparecieron imágenes.
El tráfico en la ciudad siempre es un incordio, cada día necesita una hora para ir y otra hora para volver del US Open, pero ya no le queda más remedio que recurrir al coche si quiere pasar desapercibido. Es el precio a pagar por el éxito y por una fama que sólo puede ir en aumento. Si vence este viernes a Djokovic, más si el domingo vuelve a enfrentarse en la final a Sinner, su popularidad en todo el mundo irá a más y a más y a más.
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