China tiene claro lo que quiere

<p class=»ue-c-article__paragraph»>Los actos de conmemoración del 80º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico constituyen un portento de precisión, pompa y ceremonia, incluida la hábil combinación con la cumbre del Shanghai Cooperation Organisation y el sonado encuentro con <strong>Modi</strong>. La parada militar, pieza central, está lejos de ser un mero ejercicio de nostalgia. Nos brinda un posicionamiento estratégico, empezando por la coreografía de invitados: <strong>Vladimir Putin </strong>y <strong>Kim Jong-un </strong>flanqueando al presidente <strong>Xi</strong>, rodeados de dos docenas de mandatarios (el serbio <strong>Vucic </strong>y el eslovaco <strong>Fico</strong>, únicos occidentales). El Imperio del Medio fija discurso y marca jerarquía en el tablero global de 2025. De esa puesta en escena emergen cuatro mensajes -dos explícitos y dos encubiertos-. Los primeros son directos, didácticos. Los otros, más sutiles, son los que realmente nos deben hacer reflexionar.</p>

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 Los actos de conmemoración del 80º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico constituyen un portento de precisión, pompa  

Los actos de conmemoración del 80º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico constituyen un portento de precisión, pompa y ceremonia, incluida la hábil combinación con la cumbre del Shanghai Cooperation Organisation y el sonado encuentro con Modi. La parada militar, pieza central, está lejos de ser un mero ejercicio de nostalgia. Nos brinda un posicionamiento estratégico, empezando por la coreografía de invitados: Vladimir Putin y Kim Jong-un flanqueando al presidente Xi, rodeados de dos docenas de mandatarios (el serbio Vucic y el eslovaco Fico, únicos occidentales). El Imperio del Medio fija discurso y marca jerarquía en el tablero global de 2025. De esa puesta en escena emergen cuatro mensajes -dos explícitos y dos encubiertos-. Los primeros son directos, didácticos. Los otros, más sutiles, son los que realmente nos deben hacer reflexionar.

El primer mensaje -rotundo- es la pura exhibición de poderío. El desfile en la plaza de Tiananmén tiene un único precedente, con motivo del aniversario de la victoria sobre Japón: en 2015, con Xi ya en el poder. Ha sido concebido para impresionar con capacidades «clásicas», pregonando al tiempo dominio de cara a la «guerra del futuro»: tropas marchando con sincronía impecable; completa parafernalia de hoy; y alarde de tecnología rompedora. El mensaje es, pues, doble. Interno, porque apuntala el pacto implícito entre el Partido y el pueblo. Orgullo nacional (además de prosperidad) a cambio de disciplina y cohesión. Externo, porque envía tanto a rivales como a vecinos una advertencia clara. China ya no es solo gigante económico, sino fuerza militar apabullante, que proyecta disuasión con alcance planetario.

El segundo mensaje convierte la celebración en un escaparate anti-OTAN. Pekín viene acusando a la Alianza Atlántica de mantener una mentalidad de Guerra Fría y querer extender su radio de acción a sus mares ribereños. El cuadro y el libreto contraponen su «multilateralismo genuino» frente a los «clubs exclusivos» de seguridad de Occidente. El eco es evidente: la OTAN señala a China como actor decisivo en la prolongación de la agresión de Putin a Ucrania; China responde envolviendo su postura en una proclama de estabilidad e inclusión en vez de «bloquismo».

Más interesantes aún son los mensajes encubiertos, descuella la pugna por el capital moral y normativo. Mientras EEUU, bajo la presidencia de Donald Trump, dilapida el enorme caudal de soft power acumulado por haber conducido la estructura regulatoria de posguerra, Pekín busca llenar el vacío resultante. Washington se repliega, cuestionando acuerdos, recortando apoyos a organizaciones internacionales o minando los contrapesos del propio Estado de Derecho. China se define, en contraste, como la abanderada del orden. Aunque a su manera. A diferencia de la voluntad destructiva rusa, no pretende abolir las instituciones existentes, sino erigirse en su reformador, a la par que promociona plataformas «complementarias»: el BRICS ampliado, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, o la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En resumen, una oferta global, revestida de lenguaje multilateral, pero con un liderazgo claro. El suyo.

El cuarto mensaje, también encubierto, es quizá el más novedoso: la asunción plena, por la República Popular, del papel de «cocreador» del sistema de posguerra que desempeñó la China nacionalista en los años 40. Mao renegó de esa herencia y los dirigentes posteriores, hasta Xi, practicaron la ambigüedad. Ahora el Partido y su cabeza la incorporan sin reservas. El discurso del nuevo «Gran Timonel» destaca su pertenencia a los «Cuatro Grandes» junto a Estados Unidos, el Reino Unido y la URSS. Ser miembro fundador de Naciones Unidas no es nota a pie de página, sino incontrovertible credencial. Y la exposición se cimenta en hitos concretos; notoriamente, la Conferencia de El Cairo de 1943 (Chiang Kai-shek se sentó a la derecha de Roosevelt en la foto para la posteridad) y su declaración conclusiva, de lapidario enunciado y exigencia de devolución de los territorios ocupados por el Japón imperial.

El presidente Xi rescata la continuidad -del gobierno nacionalista a la República Popular- como sello de legitimidad; y reivindica la contribución de aquél en la génesis de Bretton Woods (1944), San Francisco (1945). O la Declaración Universal de Derechos Humanos, en cuya redacción (1947-48), el distinguido vicepresidente de la Comisión, el diplomático (miembro de la administración nacionalista) P. C. Chang, defendió un entramado «universal» que no podía circunscribirse al individualismo occidental, que precisaba beber también de la tradición de deber, comunidad y precedentes. Eleanor Roosevelt (jefa del equipo americano y presidenta) lo dejó escrito en sus memorias: «Era un pluralista y sostenía con encanto la proposición de que existe más de un tipo de realidad última. La Declaración, decía, debía reflejar más que ideas occidentales […]. En un momento dado, el doctor Chang sugirió que la Secretaría debería pasar unos meses estudiando los fundamentos del confucianismo». Ese reconocimiento, recuperado hoy, permite a Pekín sostener que sus planteamientos actuales no son meros cálculos de control; que hunden sus raíces en aportaciones ya abanderadas por el país en el proceso original.

El telón de fondo consolida la narrativa. Se discute con argumentación potente que la Segunda Guerra Mundial no comenzó en 1939 en Europa, sino en 1937 con el incidente del Puente de Marco Polo que prendió la guerra declarada (la versión oficial sostiene que comenzó en 1931 con la ocupación de Manchuria por las fuerzas imperiales). Hasta Pearl Harbor, China luchó sola contra Japón, con un coste humano devastador, condicionando el despliegue del enemigo. Desde este prisma, más allá del sacrificio, el derecho a contarse entre los «Cuatro Grandes» emana de su valor en el campo de batalla. Y el régimen de Xi Jinping interioriza este hilo histórico como parte de su bagaje para asumir la primacía que le corresponde.

Los dos mensajes explícitos fijan la imagen de protagonista: músculo militar y rechazo de la actitud occidental de «bloques». Pero son los encubiertos los que más cuentan: la pugna por la dimensión moral y el relato fundacional. China se erige en heredera de 1945, enlazando sin fisuras el trabajo nacionalista con la República Popular; ofreciendo una reforma normativa e institucional de abolengo, bajo su batuta.

Así, mientras en Occidente -y muy en particular en Europa- nos enzarzamos en debates bizantinos -«¿son galgos o son podencos?«- sobre la naturaleza de las competencias y el reparto de cargas, China marca objetivos y construye relato. Aquello que Roosevelt y Churchill articularon en la Carta del Atlántico de 1941 -visión de futuro, principios determinados y ambición de impronta- hoy se echa en falta entre nosotros. Carecemos de conciencia de nuestras limitaciones y de resolución de actuar en consecuencia. Por el contrario, Pekín, con sus claroscuros incontrovertibles, exhibe foco: proyecto, símbolos, genealogía histórica y palancas institucionales. Para contar en el mundo, Europa debe salir de su ensimismamiento, encarar sus contradicciones y formular su propia «Carta» actualizada al siglo XXI. Porque, nos guste o no, los mensajes de China están ahí, algunos manifiestos, otros entre aguas, pero todos con rumbo establecido y vocación de atraer. Frente a nuestras dudas, China tiene claro lo que quiere… y va a por ello.

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