<p><strong>Daniel Martínez</strong> (Málaga, 1993) viene de pasar unos meses en bañador y en chancletas en <strong>El Palo</strong>, el barrio malagueño que lo vio nacer. Sin nada de qué preocuparse más allá de pasar tiempo con su familia, de comer pipas en un banco con sus colegas de toda la vida, de volver a la playa de su infancia. «Tengo un síndrome del impostor ahora mismo que te cagas, tío», reconoce como saludo al llegar a este encuentro. En ese momento apenas faltan unos días para que este chaval, como un inocente Clark Kent, tenga que volver a enfundarse el traje de estrella del género urbano, de su supermán, de <strong>Delaossa</strong>.</p>
El rapero malagueño inicia la gira de su disco ‘La madrugá’, en el que relata el proceso de desintoxicación del alcohol y las drogas y la terapia a la que se ha sometido
Daniel Martínez (Málaga, 1993) viene de pasar unos meses en bañador y en chancletas en El Palo, el barrio malagueño que lo vio nacer. Sin nada de qué preocuparse más allá de pasar tiempo con su familia, de comer pipas en un banco con sus colegas de toda la vida, de volver a la playa de su infancia. «Tengo un síndrome del impostor ahora mismo que te cagas, tío», reconoce como saludo al llegar a este encuentro. En ese momento apenas faltan unos días para que este chaval, como un inocente Clark Kent, tenga que volver a enfundarse el traje de estrella del género urbano, de su supermán, de Delaossa.
Y, aunque no sea la primera vez, sí es diferente. La gira que el malagueño acaba de empezar este fin de semana en Barcelona bajo el nombre La Madrugá Tour y con otras 12 paradas por delante hasta mayo es la puesta en escena de su álbum homónimo y también el grito de un chaval que ha pasado dos años de proceso de rehabilitación para dejar el alcohol y las drogas, que tuvo que purgarse psicológicamente para volver a ser él y para seguir en el negocio que había perseguido desde niño. Las 17 canciones y los 57 minutos que componen La Madrugá, publicado el pasado mes de mayo, no son ni más ni menos que una mezcla acelerada de todo eso. «A las personas se las conoce en dos situaciones: cuando las deja una pareja y cuando les das el poder. Yo he aprendido ahora que el poder corrompe. Es muy fácil perder el hilo conductor con tu yo verdadero, tío, cuando varias canciones tuyas tienen un estatus gordo. Yo era alguien perdido, que vivía en una constante rueda de aprobación externa, que necesitaba dopamina…», expone el rapero, sentado en las escaleras de entrada al Monasterio de Santa Isabel en Madrid.
Mientras unos niños, para rubor de su madre, saltan por encima del móvil que sirve de grabadora, un grupo de turistas asiáticos observa el edificio y un repartidor de cerveza rueda sus barriles por las estrechas callejuelas, Delaossa desgrana cómo fueron los meses que le llevaron a poner sobre la mesa un trabajo que pensó que no iba a ser. Y también por qué el agotamiento le ha llevado a pasar el verano en su barrio, cómo ha cambiado su vida tras ese proceso, qué está preparando para el futuro… aunque antes viene una advertencia: «Te digo una cosa, yo siempre he odiado las entrevistas o la carga de medios sin un por qué. A mí me agota mucho la exposición y ahora entiendo cómo, a través del alcohol, lidiaba con eso. Digamos que me ayudaba a soportar niveles de estrés que en otras situaciones no soportaba». Apuntado queda.
Ahora esta historia ya puede empezar frente al mar Mediterráneo, en las playas y las calles de El Palo. Allí, encerrado en el armario de su casa, había nacido su primera música, materializada en el rap de Un perro andaluz. Y allí ha vuelto. «Me he vuelto a sentir Dani en el sentido puro. He vuelto a vivir como siempre, como cuando era joven, he reconectado con la sencillez y con el poder conformarme con el día a día», apunta. Y sigue: «Mi ambición ha bajado mucho, no me interesa tanto el show off, la ropa… Sé que ahora tengo unos números impensables para mí en internet, pero todo eso es falso. Hasta que yo no vea a la gente cantando mis canciones, el disco no se ha consumado».
Como parte de ese retorno a la sencillez explica el malagueño una situación reciente que ha recordado al adentrarse en «el peligro» de que barrios como El Palo, de tradición obrera y pesquera, acaben devorados por la gentrificación. «Yo me iba a comprar una casa de dos plantas con piscina, ya había dado la señal y cuando fui a verla por segunda vez me pregunté para qué quería todo eso. Así que me voy a comprar el piso de mi abuela Trini, que falleció a principios de año. No me hace falta más, qué pinto yo en una casa gigante solo. Ese no es mi estrato social. Me hizo sentir fuera de mi identidad».
Es a ese chaval al que le toca ahora volver a subirse al escenario para mostrarle a toda su audiencia lo que ha vivido en el proceso que ha desembocado en un álbum que suena a rap puro, a afropop, a pop latino y que había sido prometido por el propio artista hasta la extenuación. «Yo me recuerdo en febrero de 2024 sentado en el váter de mi casa diciendo que no iba a poder sacar este disco y, por eso, cuando lo vi fuera fue uno de los días en lo que más orgulloso he estado en mi vida», recuerda Delaossa, que ahora ha cambiado la estrategia para un futuro proyecto que, según reconoce, está ya preparando. «Estoy probando, no tengo ninguna prisa y estoy haciendo algo que creo que me caracteriza: divertirme, probar y no tener miedo al que dirán. Yo sé que si vuelvo a hacer rap del que la gente reclama, lo vuelvo a romper rápido y ahí te dejo una pista».
Esa pista es una mirada algo nostálgica hacia el Delaossa que se integraba en el colectivo Space Hammurabi, que cantaba a los problemas en los que se hundían sus vecinos del barrio, que banalizaba con las noches infinitas de fiesta, drogas y alcohol y que se entrega al rap político. «Tampoco daría para atrás al tiempo porque siempre anhelé todo lo que he conseguido, pero quiero volver a juntarme con mis amigos y tener conversaciones banales sentados en un banco tomando un refresco. La esencia de aquella época estaba muy alineada con lo que sentía y no me arrepiento. Si en ese momento yo me jactaba de vivir como vivía es porque lo sentía así. Ahora lo siento de otra forma, pero ese es el aprendizaje del artista. Yo me desahogo haciendo música, soy visceral y no me privo de decir según qué cosas».
– ¿Qué le gustaría decirnos ahora?
– Que me emociona mucho recordar este año, antes de la entrevista lo estaba haciendo. Fue un año precioso, tío, pero muy muy muy duro porque he tenido que hacer muchos experimentos conmigo mismo, exponerme a situaciones que antes no soportaba… Pero veo que estoy mucho mejor en esta versión. He aprendido a lidiar con la soledad, a ser creativo ahí y a no estar siempre sujeto a una necesidad de estímulo constante.
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